Los contrapesos políticos son fundamentales para el funcionamiento de una democracia saludable y efectiva. Sin embargo, en la actualidad se confunden con posturas opositoras a un régimen; las corrientes opositoras en América Latina solo tienen como finalidad debilitar, desprestigiar y criticar, pues su misión es arrebatar y conservar el poder, sin el objetivo de impactar positivamente en el bien común. Los verdaderos contrapesos deben ser una energía transformadora; un kit que debe incluir un pensamiento dialéctico que se convierta en una capacidad argumentativa que sustente el desacuerdo con una idea o acción. Además, deben desplegar una conciencia crítica y concluir con una estrategia diferenciada. En palabras más coloquiales, un genuino contrapeso argumenta con bases por qué no es conveniente una determinada acción y plantea una propuesta compensatoria. Lo más sustancioso de un contrapeso serio es que no se limita a una crítica de café, sino que propone otra acción o estrategia distinta que conduce al mismo objetivo.
Cuando el contrapeso surge del manantial social, tiene más posibilidades de lograr un equilibrio de poder. Pero cuando emana de los partidos políticos, se contamina y se distorsiona. La sociedad mexicana merece un contrapeso de estatura, capaz de evitar que una persona o institución acumule demasiado poder, lo cual podría llevar a abusos o corrupción. Los verdaderos contrapesos garantizan que los derechos y libertades de los ciudadanos sean respetados, además de fomentar la transparencia y la rendición de cuentas. Las instituciones y los actores políticos se vigilan mutuamente, lo que ayuda a identificar y corregir irregularidades y malas prácticas. Un genuino líder político evalúa su quehacer y desempeño escuchando y tomando en cuenta las ideas, iniciativas y propuestas de su contrapeso. Cuando un gobernante arremete contra su contrapeso político, solo manifiesta su intolerancia a ideas diferentes a las suyas. Finalmente, la democracia se construye en la heterogeneidad.